El síndrome del impostor durante la emigración

30 Mar 2022
Cristina Navas
El miedo a fallar en el extranjero y defraudar a los demás acompaña a muchos emigrantes

Recuerdo un paseo por Lyon en el que me topé, a orillas del río Saona, con una estatua que me perturbó. Aún recuerdo la sensación que me produjo. La estatua se llama "El peso de uno mismo" y representa justo eso. Un hombre cargando el peso de sí mismo.

Esa sensación ha vuelto a mí al pensar en el síndrome del impostor. Ese peso que llevamos muchas veces con nosotros y que nos condiciona en nuestro trabajo, en nuestras relaciones personales. Esa vocecita que te recuerda que vas a fallar, que no eres tan bueno, que simplemente has tenido suerte. Esa vocecita que, a veces, en las personas que han emigrado, es aún más fuerte.

¿Qué es el síndrome del impostor?

Pauline Clance y Suzzane Imes, psicóloga clínica y doctora respectivamente, fueron las primeras que utilizaron este término. Con él se referían a un fenómeno psicológico por el cual una persona no es capaz de asimilar sus logros, sino que los asocia a un golpe de suerte o a la ayuda de otras personas. Las personas que sufren el síndrome del impostor creen que no son merecedoras del éxito y que están engañando a los demás, que en cualquier momento la verdad va a salir a la luz. ¿Qué verdad es esa? Según estas personas, que son un fraude.

Aunque el síndrome del impostor se identifica más en mujeres que en hombres, es algo que afecta a un número significativo de la población, precisamente por como se organiza la sociedad. La necesidad constante de demostrar la valía y de superarse, de ser la mejor versión de uno mismo, de no poder fallar, provocan una gran presión en los individuos. 

Se ha comprobado cómo desde la infancia se favorece la aparición de este síndrome. Sacar buenas notas en el colegio es sinónimo de éxito, mientras malos resultados académicos son un fracaso. 

Y esto condiciona a las personas que lo sufren en cada paso que dan. También en su experiencia migratoria.

Síndrome del impostor y emigración

Cuando una persona decide emigrar, las expectativas que ella misma tiene de su viaje, unidas a las expectativas de su familia y amigos, suelen ser altas. Estas expectativas van a estar presentes durante todo el viaje, incluso cuando la persona decide retornar. 

Durante la emigración, la sensación de ser un/a impostor/a puede agravarse. Tener que adaptarse a otra cultura o utilizar una lengua diferente a la materna nos obliga a tener que demostrar día tras día que somos capaces de relacionarnos y de trabajar en ese país. Pedir una cita para ir al médico o hacer un trámite administrativo puede generar inseguridades que alimentan la vocecita de nuestro interior. Cometer un error en el trabajo, por ejemplo por un uso incorrecto del lenguaje, puede hacernos ver que no pertenecemos a ese lugar, que somos diferentes e incluso, peores.

Al mismo tiempo que esto sucede, existe el miedo a defraudar a la familia que se dejó en España. Ellos esperan que triunfemos en el extranjero, que tengamos un buen trabajo, una casa amplia y una vida social enriquecedora. Es normal, quieren lo mejor para nosotros. Pero esto genera de nuevo presión en la persona. 

Esta presión está igualmente presente al regresar. Tras una etapa en el extranjero, donde se han conseguido muchas cosas, se tiene miedo a que eso mismo no sea posible en España. Muchos emigrantes cuando hablan con nosotros nos dicen que tienen miedo a que cuando vuelvan su vida sea exactamente igual que cuando se marcharon. Como si lo que han conseguido en el extranjero no lo hubieran hecho ellos, como si no fuera suyo. 

Cómo combatir al impostor que llevas dentro

El síndrome del impostor afecta a tantas personas que se ha normalizado. Para luchar contra él, lo primero es ser consciente de que se está sufriendo. Piensa en experiencias como las que ejemplificamos en este artículo y, si las has experimentado, piensa en qué sentiste, cómo actuaste, qué paso después. Piensa en ello y cuéntalo. Lo que suele pasar a las personas que sufren el síndrome del impostor es que no lo comparten con otros. El miedo a ser rechazado llega hasta aquí. Por ello para poder romper la rueda es necesario verbalizarlo. Y siempre puedes acudir a un profesional, porque en terapia puedes descubrir nuevas herramientas y dinámicas para superarlo.

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